Sobre Fiebre*
Sé que ésta, es una noche de poesía y de editores.
Pero, como me he quedado a medio camino entre la poesía y la edición, les voy a pedir me disculpen porque utilizaré la lectura –en éste caso- de un cuento y las metáforas que habitan en él, para explicar el fenómeno literario y significante que veo en Fiebre, editado honrosamente por Cielo Abierto y la Secretaría de Cultura del Estado de Colima.
Ray Bradbury, ese genio de la ciencia ficción, nos ofrece en La Sirena de la Niebla, una imagen que me servirá hoy para hablar de la comunicación y el sentido que la literatura tiene a través de los siglos, las lenguas, las especies, el tiempo.
La historia se puede condensar -palabras más, palabras menos- en lo siguiente: McDunn, el anciano, y Johnny, el joven, habitan un faro viejo en la punta inhóspita de una montaña rocosa bordeada por el mar. Su trabajo es encender el faro que repite una luz roja y una blanca en intermitencias y produce el sonido de una “voz” que llama “a través del mar” y advierte a los barcos la presencia de aquel filón de piedra dura, “una voz” que es como “todo el tiempo y toda la niebla que han existido”, una voz que “hará” saber a quien la escuche que “la eternidad es triste y la vida es breve”.
Tres años antes a la temporalidad en que es contada la historia, McDunn había sido testigo de cómo un animal surgido desde las profundidades del océano emergió para responder el grito del faro y su sirena.
Ese animal milenario (que podríamos considerar una sirena o una sierpe marina) salió a encontrarse con el faro, de quien oyó el mismo grito que él producía, el sonido del abismo, de “toda la frialdad, la oscuridad y la profundidad del mundo”.
Aquel grito del faro encontró los oídos de la sierpe. Fue un aullido que atravesó “un millón de años de agua y niebla”. El monstruo respondió al llamado del sonido que producía el faro.
También la poesía es eso. Y más, en un ejercicio literario como el practicado en Fiebre, que aporta el reto de responder al llamado de una lengua, un conjunto de sonidos, una serie de significados distantes y cercanos a la vez.
Esa desolación que habita en los poemas de Jinn Poggy o la irreverencia de los textos de José Eugenio Sánchez son, en el fondo, lo mismo que los gritos de la sierpe y el faro en el cuento de Bradbury. Se necesita una voz que cante y un oído que escuche. Y aunque las voces se parezcan o no, siempre nos dicen algo.
En algunas ocasiones los que escuchamos sonreímos; algunas más, sufrimos; otras tantas, sentimos la necesidad de destruir, como la sierpe trata con el faro que produce aquel sonido.
Lo que la sierpe escuchaba o creía escuchar era la esperanza. Ese bálsamo que significa aguardar el retorno de alguien que nunca vuelve, la torpeza o la alegría de querer a alguien que nunca te quiere. Y a veces, eso es la poesía: la esperanza de que alguien vuelve, la alegría de querer sin que te quieran.
Muchas Gracias.
Colima, Colima a 2 de Febrero de 2012.
Esaú Hernández, lector.
*Texto leído el jueves 2 de feb en Casa Refugio Citlaltépetl en la presentación de Fiebre/Fieber. Poesía contemporánea de Alemania y México.